La minería es el motor económico de Chile. Somos un país minero y, en este contexto, debemos analizar los grandes retos que tiene este sector en la actualidad. Cómo las empresas mineras solucionan el problema de la energía (el agua es parte de esto), y de qué forma demuestran compromiso y responsabilidad dentro de las comunidades en que están insertas son hoy dos grandes desafíos en los cuales trabajar. A éstos se suma uno de gran relevancia y en el cual las compañías del área minera deben poner gran atención: la escasez de capital humano y, con ello, la escasez de personal calificado técnico y profesional.
Si uno piensa en estos factores, al que se suma el pleno empleo en que se encuentra Chile y el problema estructural de nuestro país que es la centralización, las mineras se enfrentan a un escenario complejo, en que ya no basta tener las remuneraciones más altas ni bonos extras.
De esta manera surge la pregunta: ¿cómo estas empresas atraen a este segmento a trabajar en operaciones mineras complejas, muchas de las cuales se encuentran en altura, bajo temperaturas extremas, en lugares apartados, alejados de las ciudades más cercanas, varias de ellas poco atractivas ya que no poseen el nivel de desarrollo ni calidad de vida de Santiago?
Lo cierto es que hoy no es llamativo vivir en una región minera, sobre todo para las nuevas generaciones, las que no están dispuestas a dejar su ciudad sólo por un excelente sueldo; ellos quieren vivir en un entorno que les entregue una buena calidad de vida y un desarrollo personal que los satisfaga.
Por lo tanto, la única manera de que las compañías mineras reviertan esta situación es apoyando, en una lógica pública y privada, el desarrollo de las urbes que se ubican cerca de sus faenas. ¿En qué se traduce esto? En llevar a cabo una inversión a largo plazo en áreas como la educación, salud, seguridad, cultura, deporte, esparcimiento; en síntesis, en calidad de vida.
Para lograr un efecto próspero a mediano y largo plazo se requiere de una planificación, alineamiento, esfuerzo y trabajo mancomunado entre la empresa privada (no sólo una) y el Estado, tal como ha sucedido con éxito en otras metrópolis del mundo que se ubican cercanas a faenas mineras. En Chile, se han hecho ciertos esfuerzos como por ejemplo el proyecto "Viva Antofagasta", iniciativa del municipio de esta ciudad y Minera Escondida. El eslogan invitaba a "vivir" en el lugar, a proyectarse en éste y a "vivir" en un entorno entretenido; con playas, clima y paisajes espectaculares, poca congestión, más vida en familia, entre otras ventajas.
Este tipo de acciones logra que los individuos que no han nacido en ciudades mineras, con el paso de los años, sientan un alto arraigo y pertenencia; cosa que en la actualidad no ocurre y sucedan situaciones tan impactantes como la que experimenté en un antiguo trabajo. Cuando me tocaba hacer algún proyecto social con personas que no eran oriundas de Antofagasta, pero vivían hace 30 o 40 años en ésta, les preguntaba a cuántas de ellas les gustaría ser enterrada en el lugar y la gran mayoría, alrededor de un 80 por ciento, respondía que no, que deseaban que los sepultaran en su ciudad o pueblo de nacimiento.
Si las empresas mineras desde ahora se involucran en los procesos de mejora de la calidad de vida de las urbes cercanas a sus operaciones y en todo lo que ello involucra, esta respuesta en el futuro cambiará. Para los profesionales y técnicos de las nuevas generaciones será una excelente opción vivir en una ciudad minera porque ésta les entregará todo lo que esperan para el desarrollo propio, el de sus hijos y familia.
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