El olor. Recuerda al que se siente cuando uno va al refrigerador y destapa un envase en el que hay pollo pasado. Así huelen las calles de Huanuni que están cerca del río del mismo nombre. Al asomarse al barranco que atraviesa este municipio orureño, se ve el arroyo, denso, color plata, que corre entre las casas. Resulta chocante ver las viviendas con sus ventanas encaramadas al sucio torrente. Es imposible que los cristales puedan impedir que el embriagante hedor se quede afuera.
Dos cerdos grandes y negros bajan por una de las laderas lodosas que hay unos metros más abajo del antiguo puente ferroviario; caminan sobre el cauce; sus pezuñas apenas se hunden en el escaso caudal; y se paran a beber. Un perro del mismo color que los chanchos se detiene también y toma el líquido.
Algunos autos atraviesan el agua (si es que esto merece tal nombre) por debajo del puente, sin importarle a sus ocupantes que el fango hediondo se quede pegado en los bajos. Arriba, la gente camina por las calles sin fruncir el gesto. Dicen que el olfato se acostumbra a todo. Parece ser cierto.
“Huanuni fue un campamento minero limpio. Hoy es una ciudad y debe ser ¡ limpia!”, dice un gran letrero sobre un muro a la entrada de esta urbe de 24.677 habitantes, según el Censo 2012. Sin embargo, tanto en el cauce como en los laterales de la carretera que lleva a Uncía, otro lugar de tradición minera, se ven botadas botellas, bolsas y otros objetos de plástico. Por todo lado hay insistentes pintadas en las que se lee: “Vota por Verde 2013”.
Resulta irónico, pues no parece que acá se tengan ideales medioambientales.
Toda la suciedad hecha río baja desde la parte alta de la población —ubicada a 54 km de Oruro—. Ahí arriba, en el cerro Posokoni, está el ingenio Santa Elena de la Empresa Minera Huanuni (EMH). De sus muros sobresalen tubos por los que se “escapan” litros de líquido argentado que tiñen el agua y el propio lecho del río, sobre el que hay montículos de tierra del mismo color. Por la ladera del cerro se ven unas tuberías que, en algunos puntos, se desunen.
En teoría, los líquidos de la actividad del ingenio deberían subir por ahí hasta el dique de cola (una especie de piscina en la que se acumulan los residuos para, luego, tratar esas aguas) situado más arriba, en Cataricagua. Se empezó a construir en octubre de 2010, según el boletín número 189, Minería al día, publicado por el Ministerio de Minería y Metalurgia. Y, dice este mismo documento, el dique funcionaría durante cinco años. “De esta manera se evitará tirar las aguas contaminadas al río Desaguadero y al lago Poopó, como una muestra de que el Estado cumple con la normativa medioambiental y, sobre todo, preserva de la contaminación de las aguas del sector”. No obstante, sólo ver el cauce del Huanuni da una idea de si se está cumpliendo o no con el propósito de no dañar el medio ambiente de la región.
“Con esas aguas regábamos nuestras tierras, pero los componentes químicos las quemaron”, señala Félix Laime observando el entorno desde afuera del ingenio. Lleva una chompa de alpaca, pantalón de terno gris y botas marrones. Es el presidente de la Coordinadora en defensa de la Cuenca del Río Desaguadero, los lagos Uru Uru y Poopó (Coridup), y también de la Coordinadora Nacional de Comunidades Afectadas por la Minería y Protección al Medio Ambiente (Conamproma). El xantato, usado en la flotación (proceso por el cual se separa el mineral de otros materiales) y el queroseno, que da vida a la maquinaria, son algunos de los productos que van a parar al río. “Ellos (los mineros) tienen derecho a trabajar, pero también los comunarios tienen derecho a trabajar su tierra”. Pero eso es complicado para buena parte de los habitantes de las comunidades ubicadas entre Huanuni y el lago Poopó, porque la contaminación que genera la mina ha salinizado los suelos, así como buena parte de los acuíferos subterráneos, y las aguas superficiales no sirven para el riego. Esto no sólo afecta a los agricultores, también a los ganaderos: el forraje ha ido desapareciendo, mientras que las malformaciones en los animales son cada vez más habituales, cuenta Félix. Y el ingeniero Jaime Caichoca, del Centro de Ecología de los Pueblos Andinos (CEPA) de Oruro, lo corrobora basándose en diversos estudios que se han hecho en la zona. Sólo la polución de la subcuenca Huanuni afecta directamente a 800 familias; las actividades de otras minas (Morococala, Japo, Santa Fe, etc.) también dañan a las subcuencas Desaguadero, Poopó y Cañadón Antequera. En total, 40 comunidades sufren las consecuencias.
Entre Huanuni y Oruro se encuentra Sora Sora, en el municipio de Machacamarca. Este poblado está a tan sólo 60 metros de la orilla del caudal que baja del ingenio. El estudio Kimsa Jalsuri. Evaluación Ambiental de Pacopampa-Sora Sora (Subcuenca Huanuni – Oruro), editado por la Liga de Defensa del Medio Ambiente y CEPA, arroja datos preocupantes sobre la cantidad de minerales que ingiere el ganado vacuno en la zona debido a que bebe agua y se alimenta de forrajes contaminados por las partículas de minerales que arrastran tanto el río como el viento. La investigación, realizada en 2011, concluyó que un bovino ingiere 0,858 gramos por semana de arsénico, un elemento químico que en los humanos puede provocar desde diarreas, dermatitis, problemas en el hígado y en la médula ósea, hasta la muerte —Napoleón Bonaparte murió, supuestamente, por haber ingerido arsénico a lo largo de su vida—; 1,925 g de estaño, sustancia que genera, entre otros, dolor de cabeza y estómago en las personas; de zinc, que puede provocar náuseas, vómitos o fiebre, 101,903 g; 3,047 g de cadmio (puede permanecer en el riñón humano entre 18 y 33 años), que causa trastornos crónicos como hipertensión y cáncer, así como 2,898 g de plomo. En total, el ganado de la zona introduce en su cuerpo 474,150 g de metales pesados al mes.
La leche y la carne de los animales son luego consumidas por los lugareños. Por el momento, las consecuencias más graves de la elevada exposición a estos materiales se está viendo, sobre todo, en las propias bestias, que mueren por enfermedades infecciosas pero, también, presentan malformaciones.
Jaime muestra un ejemplo: la foto de la cría de una oveja con cuatro patas delanteras y el mismo número de traseras.
En las personas, hay dolencias también, y eso no pasaba antes, asegura Gregoria Chachaqui de Mamani, pobladora de Machacamarca. Es habitual que la gente sufra descomposición, dolores de cabeza y de estómago. “Infección es”, dice que les indica el médico. Nada más. Entre las personas de más edad, hay casos de cáncer, lo cual según los lugareños no era común antaño.
Machacamarca es conocida como “el oasis del altiplano”. Hay aquí otro ingenio de la EMH, que lleva el nombre del lugar y que procesa 200 toneladas de minerales complejos, según el Informe de Gestión 2012 presentado por el presidente de Bolivia, Evo Morales. Se levanta sobre una colina en la que hay varios montículos de pasivos, “residuos sólidos o líquidos, generalmente peligrosos para el ambiente y/o la salud humana que quedan como remanentes de una actividad minera determinada”, según el documento Pasivos ambientales mineros. Barriendo bajo la alfombra, publicado en 2011 por el Observatorio de Conflictos Mineros de América Latina. Enfrente, a unos cuantos kilómetros, está el lago Uru Uru. Más lejos queda el Poopó y es en dirección a él donde la tierra, en el horizonte, se ve blanca. “Es por la sal”, apunta Félix.
“Hasta más o menos los años 60, aquí se plantaba papa y haba. Ahora, no se puede”, refiere Gregoria, señalando el río a su paso por Machacamarca, cerca de la zona del cementerio local. Y no sólo por la salinización de la tierra y la contaminación de las aguas: los sedimentos que arrastra el río han hecho que el cauce crezca, restando espacio para sembrar, coinciden en mencionar tanto Gregoria como Félix. Aseguran, junto con Jhonny Terrazas, de la Federación Departamental de Juntas Vecinales (Fedjuve) de Oruro, que, según estudios que se han hecho en este lugar, el limo tiene un espesor de 1,80 metros. Además, decenas de botellas PET están acumuladas en el lecho por el que corre el líquido plateado.
El paisaje es muy diferente a cómo Gregoria lo tiene grabado en su memoria. En su recuerdo, las aguas eran más profundas y había peces. Eran “asisotes”, afirma, separando una mano de la otra unos cuantos centímetros. Pero hace tiempo que la pesca es cosa del pasado, y la agricultura y la ganadería parecen seguir el mismo camino. La única forma de continuar pastoreando y evitar que los animales se enfermen es trasladarlos lejos. Tanto, que los comunarios se turnan para llevar los rebaños de varios vecinos a pastar; luego, esa persona descansa y otra se encarga de caminar kilómetros en busca de pastos más saludables. Las ovejas de Gregoria están ahora mismo en El Choro, un municipio a unos 20 km de distancia, al otro lado del lago Uru Uru. El resto de los pobladores que se dedican a las tareas del campo también tiene que andar buenas distancias para llegar hasta otros terrenos, alejados del río Huanuni.
La mujer se pone en cuclillas y recoge un poco de agua del río con un vaso de plástico. “¿Qué vamos a hacer? ¿Dónde vamos a ir?”, pregunta al aire. “Los pozos eran tomables y ya no se puede (usar el agua)”. Desde luego que no: en el fondo del recipiente, donde el líquido elemento lleva sólo unos instantes, ya hay posos. El contenido se ve turbio. “Cuando la tomas, te hace la boca gruesa”, asegura la oriunda de Machacamarca. “Es salada y picante”.
Surcando el río de plata
Aparecen por la ribera del frente un hombre subido en una motocicleta y una mujer a pie. Él cruza sin bajarse del vehículo; ella se saca los zapatos, se arremanga la pollera y cruza caminando, pues no hay puente. Dice Gregoria que por aquí transitan todos los días comunarios que llegan al pueblo para vender sus productos —queso y yogur— y compran agua para llevársela a casa. Al cruzar el Huanuni, se quitan los zapatos para evitar que se deterioren.
Sin embargo, si no se lavan los pies en seguida, se les cuartea la piel. La mujer, a paso lento, llega hasta esta orilla. “¿No le hace daño esa agua?”. “Sí”, responde la mujer. “Pero no hay otra”.
La Universidad Técnica de Oruro (UTO) publicó este año un estudio que determinó que el río Huanuni es el más contaminado por la minería de toda la región. El promedio de acidez de sus aguas es de 2,6, cuando el nivel normal es 7. De aquí para abajo, hasta el 0, la acidez va en progresivo aumento.
Pero no es sólo la explotación del cerro Posokoni lo que afecta al río y a las comunidades de su entorno. “La gente de Huanuni está sobre todo preocupada con la problemática de la basura, los residuos sólidos (…), y no tanto con lo que pasa en las comunidades, río abajo”, comenta el director del CEPA, Gilberto Pauwels. “Todo va al río”. Eso es lo que se ve en lugares como Machacamarca o Sora Sora, pero también en el propio centro minero donde, además de basura desperdigada y líquidos de la mina, van a parar al río las aguas de los baños. El gobierno municipal anunció en enero que estaba preparando un plan ambiental para concienciar a la ciudadanía en este tema, implementar el reciclado de botellas PET y crear un botadero local.
Saliendo de Huanuni, el cauce está totalmente removido. Montañas de lodo y pequeñas piscinas con agua de color extraño hacen que el agua tenga que zigzaguear para continuar su cambiado rumbo. Sobre las partes altas del lecho se ven pequeñas construcciones hechas de ladrillo, sacos de arena y techos de calamina. Ante una de estas casas faena incansable Félix Achacollo, de 60 años, aunque luce de mayor edad. Haber trabajado toda la vida en la mina y, desde hace unos años, ocho horas bajo el sol del altiplano, no ayuda a conservar la juventud en el rostro. Es hijo de minero. De hecho, su padre murió en las entrañas del Posokoni, pero él se ha dedicado a lo mismo que la gran mayoría de los habitantes del lugar y en lo que actualmente se ocupan unos 4.700 trabajadores, según publicó La Razón. Pero, por su edad, hace tiempo que abandonó la oscuridad del yacimiento subterráneo para trabajar como palliri (recogedor, en quechua). Él mismo ha construido las canaletas por las que baja agua y en las que echa lodo de los montones. El mineral que queda en el fango pasa a una especie de pozo, luego se solidifica, y camiones de la EMH vienen a llevárselo. “En un mes he sacado tres volquetas yo solo”, cuenta, a pesar de que cuesta arrancarle las palabras. Faena sin guantes, ni barbijo ni gafas ni ningún otro material de protección. “Tengo guantes”, asegura. Y los muestra, apoyados sobre unos sacos. Pero manifiesta que no le gusta usarlos.
Posee una pequeña construcción de sacos de tierra. Él duerme allí, impregnado del olor . Tiene que hacerlo, dice, para que no venga otro y le robe el estaño que ha logrado exprimirle a la tierra.
El presidente de la Coridup y Conamproma pide que se cumpla lo dispuesto en el Decreto Supremo N° 0335, de 21 de octubre de 2009, que determina la situación de riesgo y emergencia de la población de la subcuenca Huanuni. En él, dentro de la primera línea estratégica, se habla de crear acciones para mitigar y tratar la contaminación en la zona, además de la “construcción inmediata” del dique de colas. Los comunarios denuncian que han pasado cuatro años y no se ha cumplido el decreto. Uno de los obstáculos, según el abogado de la Unidad de Justicia Socioambiental del CEPA y de la Coridup, Clemente Paco, es porque hay comunidades que no quieren ceder tierras para hacer el dique, pues tienen miedo de que se desborde. Esto ha retrasado la construcción durante años pero, por fin, la EMH va a comenzar a expropiar terrenos, según su responsable de medio ambiente, Jorge Venegas, “para que todos unidos hagamos de una vez este proyecto que va en beneficio de todo el departamento”. Aunque aún no hay fecha prevista (se espera que esté listo cuando empiece a operar el nuevo ingenio, en el primer trimestre de 2014, que producirá 3.000 toneladas de estaño al día), sí hay acuerdo entre la empresa, comunarios y representantes de los ministerios de Medio Ambiente y Minería, tras una reunión celebrada el 17 de septiembre. “A partir de ese momento, ya no estaríamos contaminando más el río”. Félix sentencia: “No se puede pedir que lo arreglen todo este año, pero el asunto es empezar. Si seguimos contaminando, no hay remedio ni mitigación que valga”.
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