lunes, 29 de octubre de 2012

La estabilidad psicológica del minero

SUBORDINACIÓN ORGÁNICA AL MEDIO

Seguimos los postulados de la evolución de Jean-Baptiste de Lamarck (1744-1829) en que la función crea el órgano cuando se efectúa en un medio que le proporciona los elementos. Las circunstancias han hecho desarrollar condiciones biológicas en el minero para superar los obstáculos físicos de la naturaleza. La oposición física ha determinado funciones fisiológicas para adaptarlo a las condiciones de estrechez, oscuridad e incomodidad, superando el enrarecimiento del aire en sus cavernas y en las alturas en que se encuentra la montaña. Con el transcurso de los años y las generaciones, las funciones han tendido a acomodarse habituándose al medio, pero sometiéndose a su dependencia.

Por herencia y acostumbramiento han pasado las disposiciones primitivas y las funciones orgánicas al estado constituido de un carácter ligado dominantemente a su hábitat.

Las leyes fisiológicas y psicológicas del hombre de la mina, reacondicionadas por la necesidad de la acomodación, tienen distintivos ostensibles, o modalidades peculiares, que diferencian a aquél de la generalidad de su especie. Esas leyes llegan al mismo tiempo a una inducción: la idea de compromiso recíproco entre habitante y su medio. Así como han habido modificaciones vitales, la suma de instintos –que no son sino manifestaciones corporales de un razonamiento que no puede exteriorizarse adecuadamente- ha encontrado las zonas de menor resistencia del medio ambiente por cuyas brechas puede vencer la voluntad de este hombre. El resultado de esta reacción personal frente a la resistencia de la materia significa una subordinación. Si hay una forma de reacción y de acción frente a las cosas de la montaña también hay una entrega corporal a ellas; una entrega individual, aunque no excluye el espíritu de independencia o de libre voluntad para tomar sus propias decisiones. Se constituye entonces un dispositivo preparado en que la parte material impulsa a la corporal a aplicar su esfuerzo muscular. En cambio, la persona tiende a entregar sus funciones psicológicas, en forma de una espontaneidad aparente pero ligada constantemente a las características inertes de su medio. Como consecuencia, la finalidad del hombre de mina es servirse de ésta pero entregándole su pensamiento, sus condiciones volitivas y su tiempo.

Para el hombre medio de la ciudad, que difícilmente puede pasar de un oficio a otro, le resulta incomprensible que el minero no quiera cambiar su vulnerable existencia en un ambiente hosco, por una labor en el campo o en un pueblo sin complicaciones. No es suficiente decir al minero que fuera de la mina su perspectiva de vida se alarga incalculablemente. O mostrarle la integridad de las influencias negativas para la salud que tiene su trabajo. No es tan fácil borrar el concepto que se ha ido moldeando con el devenir de más y más generaciones. No es lógico que el Estado diga de improviso que mantener las minas significa trabajar a pérdida; que financieramente, es una sangría para el país.

La población minera no es un mecanismo, al cual basta con regularlo para que actúe de manera distinta. Es un organismo cuyas acciones íntimas se mueven por determinismos biológicos no completamente emancipados de su naturaleza.

No pensar de esa manera es provocar un trastorno psicológico de grupo. No debemos juzgar la naturaleza viva, que se asienta en el interior, como si fuera una simple ficha que hay que cambiarla de posición si un gambito es necesario.

Hemos dicho que el minero vive en una cárcel permanente. No es suficiente sacarlo de ella. Para que conciba su libertad es necesario que él determine espontáneamente su propio desenvolvimiento en el futuro. Sentir, desear en los límites de su pensamiento; y proponerse y accionar con ese fin. Al concentrarse acción e intención en una dirección determinada encontrará las manifestaciones de su voluntad. (A. Gamarra Durana: Celda – cárcel – mina. Empresa Gráfica Offset, Oruro. 1988).

LA ECONOMÍA DESAJUSTA LA PSIQUIS

El minero, como individuo, no tiene convicción significativa para traducir sus ideaciones. Le falta el elemento práctico –por eso le han tildado de indiferente- para resolver, por libre arbitrio, costumbres y problemas que viene arrastrando desde añejas generaciones.

Pero eso no presupone que personas ajenas tienen que pensar por él, y obligarle a resoluciones tomadas por otros. Si su apreciación primaria puede ser subjetiva, se hace imperioso el acercarse a su raciocinio para despertarle la certeza de un hecho a efectuarse.

Bajo normas estrictas de economía, hace años, el Gobierno se propuso cerrar las minas. El argumento primero fue que éstas no eran negocio, porque faltaba la retribución apropiada por la exportación de sus minerales. Los bajos precios que obtenían éstos en el mercado mundial, los altos costos que significaba el sistema de explotación habitual en Bolivia, y el empobrecimiento paulatino de las vetas de una riqueza no renovable, fueron los causantes de la quiebra de las empresas mineras.

Con esas premisas se le hace ver al obrero de la mina los orígenes de una situación actual que quiere ser la motivadora de modificaciones bruscas en su conciencia y en el desarrollo de su actividad. Como esto no significa simplemente un experimento sino un cambio total hacia una estabilidad futura, provocará necesariamente un desajuste que se proyectará como desazón o como violencia.

El justificativo que se expone en cifras estadísticas y datos histórico-políticos para disminuir a lo mínimo el personal de una empresa minera, esto es si no se clausura completamente, no puede ser aceptado por la generalidad de los obreros, sean éstos de "interior mina" o de "superficie" porque ellos, en lo personal, no han intervenido ni en las oficinas centrales ni en las locales para provocar deterioro de materiales, su falta oportuna de recambio, el ingreso de supernumerarios, los intereses de partido unilateralizando los logros, los planes ejecucionales dudosos, la ausencia de orientación técnica, etc., etc., entre otros factores que al azar se pueden utilizar para dar ejemplos.

El hecho en sí no puede originar la reacción en idea. No puede el trabajador solidarizarse con el empeño de las autoridades, si éste fue considerado solamente un elemento ínfimo cuando las empresas estaban en su auge. No ha tenido independencia para decidir en ningún aspecto; de ahí deriva la idea de que al minero se lo ha entrenado, en los límites de su reducida individualidad, para que adopte una sola forma de vida, bajo condiciones de desinterés propio.

Ha estado siempre bajo formas de dependencia. Hoy se pretende que olvide sus hábitos, borre ese "entrenamiento" de décadas con la resolución y agilidad de quien espanta un mosquito, y puede tener una elaboración mental que le autosugestione de su nuevo valer en regiones geográficas y actividades ajenas a él.

MOTIVOS DE UNA MARCHA MULTITUDINARIA

A este personaje de los minerales se le debería permitir, por lo menos, el goce de una libertad psicológica. Para dejarle ésta, se le debería abstraer de la apreciación de cosas y sucesos que están ya más allá de su persona. Así se manifestaría su naturaleza intrínseca que sería el móvil para decidir sobre su propio destino.

Debe encontrar en sí la razón para obrar. Como la certidumbre de la existencia de un estímulo es la fuerza oponente, el sujeto tendrá como primer factor de su libertad la resistencia a cualquiera nueva reglamentación; no debería aparecer un conformismo; deberá hacer una fuerza propia que le haga contrarrestar las razones ajenas, evaluarlas, hacerlas más comprensivas, correlacionarlas con estados de conciencia antecedentes. De esa manera, conciliará las nociones, combinándolas en lo que les encuentra de positivo. Quiere decir que se establecerá la realidad psicológica de los hechos. Planteamiento que se afirmará en la personalidad del obrero y sus familiares, bajo las características esbozadas en nuestros capítulos iniciales, que es el sistema natural que motiva los actos. La decisión que tomará el minero no será consecuencia de una elección casual. Será la manifestación de su entera libertad, nacida en un acto particular de reflexión.

"La Marcha por la Paz" efectuada por estos trabajadores en el camino entre Oruro y La Paz, en agosto de 1986, aunque inconclusa a la fuerza, tuvo exclusivamente una razón filosófica. A la hora de los análisis se encontrarán innumerables juicios que pudieron ser los móviles de ese masivo caminar con el fin de llegar a una meta difusa, no claramente perceptible, engañosamente alcanzable.

Es que esa meta no estaba al final del camino.

El valor del motivo extrínseco se ha dado por sabido. La razón real, la meta estaba en la psicología de cada uno de los bolivianos de las minas. Existían pues otros motivos interiores:

l) La convicción de actuar, de sentirse dueño de los movimientos propios, de sentir que se vive un presente.

2) El ansia de afirmar la personalidad con una rotunda demostración de independencia con dignidad.

3) El saberse poseedor de un bien honesto: el derecho a su trabajo. Por esta cualidad honrada de su actividad, confiaba en ser entendido por los seres vivientes del país. Su causa es el trabajo; por tanto, todo humano se comprometería con su causa. Su empeño no podía quedarse en el vacío. Había salido de la profundidad de sus galerías, y con un sacrificio externo, a la luz de las observaciones, quería recibir el apoyo a su carácter, que, en el último análisis de su psicología, lo individualiza.

4) El querer ingresar en un juego entre la vida y la muerte. Pero en una forma incomprensible. Él, que estaba habituado a la amenaza mortal cotidiana en su trabajo, al cambiar obligadamente su ocupación, tendría que acostumbrarse a vivir muriendo en vida, sin el peligro de los accidentes del trabajo, sin las trampas de la roca y la explosión de dinamita. Sin la noción de un fallecimiento inevitable que de continuo le amagaba, podría cumplir un proceso vital incompleto, porque, desocupado y trasplantado, hallaría el estado de ánimo de un condenado a muerte sin fecha señalada de ejecución. Saberse inútil sería la función vicariante de la muerte.

LIBERTAD INDIVIDUAL EN LA MASA

El quid de aquella marcha estaba en que el individuo se negaba a desaparecer como entidad. Era parte de un conglomerado, y por eso cada uno era el todo. Se negaba a negarse. Entendía que su vida pasada no estaba definitivamente terminada, y dependía de sus manos –como cuántas veces antes- que ese pasado perviva en el presente. Su presencia colectiva en "la marcha" era un desaparecer evitado. Estaba entrenado a eludir su destrucción o muerte cuando en el campamento minero supo vencer o soportar la privación, el sufrimiento, el mal de mina.

Quizá no entiende que cualquier acto de protesta enlaza la generación de mineros actuales con las anteriores y con las venideras. Defiende sus atesoradas propiedades psicológicas, con lo que afirma su voluntad de vivir, como quien defiende su arsenal para después salir a combatir. No es cuerpo solamente, si bien es producto de la necesidad. Es también él un acto pensante que lo induce a demostrar que no es libre sin actuar y sin trasladar su personalidad a un lugar donde pueda ser mirado y juzgado. Es un acto libre personificado; no instintivo. Quizá su vida anterior fue para satisfacer sus necesidades simples. Pero esta vez cuando lo obligan a reclamar por algo suyo, adquiere una existencia consciente de sí misma. Madura de pronto porque las funciones elementales se reducen, y crece su idea de libertad individual porque reclama por su vida misma.

Por los sucesos de los últimos tiempos, parece que su trabajo no ha sido suficiente para objetivar su voluntad de vivir. La responsabilidad de la existencia recae sobre su actitud. Si se quiere evaluar al minero estudiado en conjunto se tiene que considerar su destino. Uno que se caracteriza por un estado tormentoso y de miseria. Pero uno que existe, y que se emparenta con un futuro. Tener la mira puesta en ese futuro –mediato o a corto plazo- es la victoria para ese ser humano que, humilde y calladamente, supera sus limitaciones orgánicas, desdeña los valores banales que tienen los otros hombres, y se moviliza en una "marcha" multitudinaria con una conducta inesperada porque quiere tener un porvenir como afirmación de la voluntad de vivir.

Por muy pobre y anodina que parezca su relación con las piedras, alberga muy adentro la ilusión de dar a sus hijos alimento por un lado, herencia por el otro, ambos cargados de la avidez de vivir. Porque si ha tenido al derrumbe amenazante como principal enemigo, ha alentado siempre la esperanza de un devenir mejor. No de una existencia bruscamente paralizada

Por muy tosco y rudo que se lo vea –con sus gruesos pantalones remendados, con sus groseras botas de goma, su bolsa de yute en la espalda, su guardatojo sólido y su deformada mejilla por el "acullico"- acrecienta la confianza en que su sacrificio es necesario para el bien de otros. Renuncia a sí mismo por el bienestar de los suyos que espera llegará mañana. No hay duda que debería estar cansado crónicamente porque ha trabajado desde la infancia y porque en alguna de sus células está la semilla de una enfermedad. El recorrer un mayor número de kilómetros en aquella "marcha" no ha de aumentar su fatiga y su sudor, porque más fuerte que esos signos físicos es una desesperación que le acomete desde la intimidad de su ser, el que la gente entienda que él es un boliviano con igualdad de derechos que los demás compatriotas.

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