Desde comienzos del siglo pasado, el amianto, también llamado asbesto, se convirtió en el material protagonista de la mayor parte de las construcciones. El amianto es un grupo de minerales fibrosos compuestos por silicatos, caracterizado por sus fibras largas y resistentes, que se pueden separar, y que presentan la particularidad de poder ser entrelazadas sólidamente y resistir altas temperaturas.
A principios del siglo XX se inventó un procedimiento por el que, mezclado con el cemento, daba lugar al amianto cemento o fibrocemento, que se utiliza especialmente en las tuberías de conducciones de agua potable, depósitos en las chapas onduladas para cubiertas y, como es un producto ignífugo que resiste muy bien el calor, para recubrir elementos que deben estar expuestos al calor.
Hasta en el aire
Francisco Puche, miembro de la organización Ecologistas en Acción, editor, escritor, que forma parte de la Federación Nacional de Víctimas del Amianto, explica que “ha habido hasta 3.000 productos de distinto tamaño y condición que contenían amianto, por ejemplo, las tostadoras de pan, los filtros de cigarrillos, los filtros de aguas y tuberías, pinturas impermeabilizantes, pastillas y zapatas de frenos, pavimentos' Además, como era muy flexible, podía usarse como tejido en mantas o tejidos aislantes, así como en la industria naval. Estaba por todas partes, de manera que ha habido una especie de contaminación general de fibras de amianto en el ambiente”.
Debido a esta variedad de usos, la exposición al amianto en la actualidad puede ser ocupacional, doméstica o ambiental.
En un trabajo publicado por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en 2006, se estimaba en 100 mil el número de personas que mueren cada año en el mundo como consecuencia de la exposición al amianto.
La Organización Mundial de la Salud, en un informe de 2010, aseguraba que en el mundo hay unos 125 millones de personas expuestas al asbesto en el lugar de trabajo y, según cálculos de esta organización, la exposición laboral causa más de 107 mil muertes anuales por cáncer de pulmón relacionadas con ese material.
Además, afirma el informe, un tercio de las muertes por cáncer de origen laboral es causado por el asbesto.
El más letal
Para Puche es “quizás el producto industrial que más muertes va a causar en la historia de la humanidad, más que el tabaco, porque viene usándose desde hace mucho tiempo y porque además está muy extendido. El 70% de las personas expuestas laboralmente se enferma, pero también un 30% de los que no están así expuestos, es decir, la gente que vive cerca de fábricas, o personas que son familiares de los propios trabajadores”.
El amianto en su elaboración industrial se desmenuza en fibras muy pequeñas. Del orden de una millonésima parte de un metro, que pasan a ser fibras invisibles e indestructibles, “en gran parte porque son muy resistentes a los ácidos y al fuego, permanecen casi más tiempo que la energía nuclear y está en todas partes, en el aire, en el agua y, por tanto, en los alimentos”, explica el ecologista.
Francisco Puche dice que “las primeras informaciones sobre los perjuicios del asbesto para la salud se remontan a 1898. Después, durante los primeros 50 años del siglo XX, tuvo lugar una serie de estudios científicos cada vez más serios en los cuales se ha ido demostrando la toxicidad de este mineral. El problema es que ha habido mucho tiempo de latencia entre la exposición y la muerte o la aparición de la enfermedad, y, por otro lado, la fibra es invisible, no se ve ni se huele”.
Pero, además, Puche se lamenta de que ha habido “una gran conspiración del silencio porque era un material muy rentable, muy flexible, servía para muchas cosas y a las empresas no les interesaba para nada que se descubriera su toxicidad. No fue hasta bien entrada la década de los 90, y sobre todo a partir de 2000, cuando comenzó a prohibirse en los países desarrollados, de hecho ahora mismo está prohibido en 55 países”.
En los países pobres
Lo que en un principio fue un fenómeno extensivo en los países desarrollados, en la actualidad la construcción con este material barato emerge en los países en desarrollo, con la consecuente incidencia futura que tendrá sobre la salud de sus poblaciones.
“En el siglo XX, hasta los 90, los países más afectados eran Estados Unidos y los europeos, es decir donde más se consumía. Ahora, como allí está prohibido, los países más afectados son Rusia, China, India y algunos países de África. En América Latina la mitad de sus países también ha sido muy afectada, pero ya comienza a haber un proceso de prohibición que ha comenzado en países como Argentina, Chile o parte de Brasil”.
Otra de las arbitrariedades que se cometen, indica el ecologista y escritor, es que “países donde está prohibido su uso, como en Canadá, lo extraen pero no lo consumen en el país sino que lo exportan a otros para que lo transformen. Son empresas instaladas en países con el amianto regulado, pero con intereses económicos en otras empresas ubicadas en países donde no lo está”.
“Hay mucha complicidad entre los países desarrollados, donde se encuentra un tremendo problema a la hora de desamiantar”, advierte Puche.
“Se suele asegurar -añade el especialista- que el amianto ya no perjudica, pero no es verdad, porque constantemente se está rompiendo o manipulando y, como por cada 12 milímetros de ancho de una placa puede salir un millón de fibras que pueden ser inhaladas, se convierte en un enorme potencial cancerígeno. Hay gente que con dosis muy pequeñas puede contraer un cáncer de pulmón al cabo de 30 o 40 años. Ése es el problema”.
También, una de las actuaciones de muy dudosa moralidad es la que explica el ecologista que está sucediendo en algunos países, donde “los buques que se han construido hace más de diez años están llenos de amianto y, a la hora de su desguace, se envían a los países asiáticos pobres. Allí, la gente, por tres dólares al día, se dedica a desamiantar sin ningún tipo de protección y es gente muy joven, por lo que el número de muertes que habrá dentro de 30 o 40 años va a ser inmenso”.
Y para poner fin a este grave problema sanitario al que está expuesta la población, Francisco Puche precisa: “Hay lugares muy sensibles porque hay niños, ancianos o enfermos donde existe el amianto. Por tanto, una de las cosas que nosotros pedimos es que se haga un registro de los sitios y edificios sensibles. A partir de ahí, realizar un programa para desamiantar, empezando por lo más urgente, y dedicar un presupuesto a nivel gubernamental”. (EFE Reportajes)
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