El pueblo sureño donde el magnate minero Simón I. Patiño construyó un imperio que lo convirtió en el “barón del estaño” se alista para desarrollar el turismo, echando mano de su rico pasado minero.
Llallagua, a 340 kilómetros al sur de La Paz, y los distritos mineros de Siglo XX, Catavi, Cancañiri y la vecina población minera de Uncía fueron en la primera mitad del siglo pasado el sostén de la economía de Bolivia. Fue también la región donde se creó una de las diez mayores fortunas del planeta.
Hoy, Llallagua todavía es un pueblo dinámico, de pequeñas y angostas calles llenas de comercio intenso, pero desordenado. Todavía se lo puede recorrer a pie para revivir su época de gran auge con algunas de las construcciones que hizo Simón Patiño para su empresa, pero rodeado de la pobreza de campamentos mineros y comunidades indígenas dispersas.
Su población es trilingüe: habla quechua, español y aymara. Es silenciosa y tímida en un principio, intimidante en el caso de los mineros que, cargados de dinamita, avanzan en grupos por las calles, pero también solidaria en las aldeas indígenas donde la gente no piensa dos veces a la hora de compartir sus pocos alimentos.
La sombra y el recuerdo de Patiño están ahí. Sus pobladores repiten que de las montañas Llallagua y de la aledaña Espíritu Santo salió una de las mayores fortunas del mundo que —calculada por los historiadores— rondaría hoy en día los 3.500 millones de dólares.
“Llallagua tiene una historia. Este distrito ha hecho al segundo millonario del mundo: Simón I. Patiño. Este cerro que conocen como Siglo XX, se llama La Salvadora, donde Patiño llegó a hacer una fortuna”, cuenta el alcalde llallagüeño, Tomás Quiroz.
La montaña de Llallagua albergó una de las vetas de estaño más ricas del mundo, descubierta en la mina La Salvadora a principios del siglo XX. Los lugareños cuentan que, cuando Patiño “estaba a punto de perder alma y todo lo demás”, halló un rico yacimiento en su mina. “¡Que no sea plata, Dios mío, que sea estaño!”, rogó Patiño, según sus biógrafos. La plata había comenzado a declinar en los mercados externos, al tiempo que subía el precio del estaño por la expansión del desarrollo industrial.
Quiroz quiere sacar provecho de esta historia y acaba de aprobar el presupuesto de inversiones para 2011, que incluye un monto de poco más de 200.000 dólares para estimular el turismo aprovechando la riqueza histórica y cultural del lugar, una suma que espera duplicar con fondos de la cooperación internacional.
El Alcalde llallagüeño aspira a iniciar el proyecto turístico con un golpe de efecto internacional. “Queremos invitar a una de las nietas de Patiño para que venga a conocer dónde ha trabajado su abuelo y de dónde viene. En este momento pertenecen a familias reales: seguro son duquesas, pero deben saber que esa riqueza ha salido de este cerro”, dice Quiroz, lleno de entusiasmo por darle a su municipio otra posibilidad más de ingresos, además de los que ya tiene por la minería.
El rey del estaño
Simón I. Patiño nació en 1860 en la región central de Cochabamba y acumuló su riqueza en pocos años. Es considerado como el principal industrial boliviano que trajo al país la más avanzada tecnología de explotación minera y contrató a los mejores gerentes, ingenieros y técnicos extranjeros de la época para sus obras de infraestructura vial, ferroviaria, negocios y finanzas.
Camino de convertirse en uno de los primeros productores de estaño en el mundo, en su biografía destaca su determinación y organización para hacerse un hombre de negocios de talla mundial. Compró acciones de minas de Malasia y Canadá; hizo inversiones en fundiciones de Inglaterra y Alemania, y en países de Asia, África y Oceanía; creó oficinas en Nueva York y vivió con su familia en esa ciudad y en París.
“A fines de los años 30, más del 60 por ciento de la producción mundial de estaño era tratada en sus fundiciones”, indica la Fundación Patiño, para mostrar la importancia del industrial.
Participó en la creación de un cartel de países productores de estaño para evitarles los coletazos del desastre económico que sobrevino en 1929 en Estados Unidos. También fue representante plenipotenciario de Bolivia en países de Europa y fue amigo de la realeza europea.
Los historiadores y biógrafos coinciden en que Patiño fue determinante en la historia de Bolivia. La revolución de 1952 nacionalizó sus minas, algo que el magnate no vio, ya que murió en Buenos Aires en 1947, tras pasar cerca de dos décadas fuera de su país, viviendo en Europa y Nueva York por problemas de salud.
Sus críticos y detractores defienden aquella nacionalización. Señalan que Patiño fue parte del “superestado” minero, en alusión a un grupo empresarial oligárquico que, a su juicio, se había enriquecido a costa del país y de los trabajadores mineros y era un obstáculo al desarrollo nacional.
Éste es apenas un bosquejo de la vida de Patiño, algo que el Alcalde de Llallagua quiere recuperar con fines turísticos. Los circuitos aún están en definición, pero de inicio, en Catavi, a pocas cuadras del centro de Llallagua, es posible visitar la oficina principal de la gerencia de la empresa de Patiño, que actualmente sirve a la estatal Corporación Minera de Bolivia (Comibol).
Recuerdos y reliquias
El alcalde Quiroz explica que la oficina aún conserva el escritorio y los principales muebles que usó Patiño. También se puede encontrar en el lugar un antiguo teléfono de cableado que le permitía comunicarse con La Paz, sede del Gobierno de Bolivia, y con el puerto chileno de Arica.
Unos pasos más allá se observa un imponente teatro construido en piedra labrada, similar a otros de la región, que lleva grabado el nombre de Patiño. A modo de monumento, este teatro y otros de Uncía y Catavi testimonian que el industrial también fue un hombre al que le preocupó fomentar el entretenimiento y la cultura de sus mineros.
Caminando apenas una cuadra más, es posible ver otra reliquia de la época de Patiño, aún en funcionamiento después de 90 años. Se trata de una planta de reciclado de los residuos de las colas de desmonte, colinas artificiales levantadas cerca de Llallagua, con las sobras de la explotación original. Todo eso está siendo otra vez explotado.
En su momento, esta planta fue una de las más modernas de Sudamérica y con el mantenimiento que tienen aún funciona sin problemas para la Cooperativa Multiactiva, de la que es socio el alcalde Quiroz.
Cerca de Llallagua también está el atractivo de las piscinas y un baño turco. Estas instalaciones fueron construidas para la familia del magnate, aprovechando las aguas termales existentes en la zona.
Camino de las comunidades quechuas dispersas, kilómetros de rocas volcánicas de formas caprichosas también pueden ser un atractivo para los turistas. Tres de esas rocas en formas de falos gigantescos centran la atención de los visitantes. Los lugareños llaman “Tata Saya” a una de ellas y encienden velas a sus pies.
En la planificación, también hay circuitos turísticos audaces en el interior de las minas. Lucio Herrera, funcionario del municipio, destaca que los visitantes podrán recorrer las minas bajo tierra durante cuatro horas, entrando por una bocamina de Siglo XX y saliendo en la bocamina Patiño, en el pueblo vecino de Uncía, distante a nueve kilómetros. La misma ruta que seguramente caminó y explotó Patiño en su momento, hasta convertirse en una leyenda en esta tierra.
Según el alcalde Quiroz, “los geólogos han determinado que no se ha explotado ni el 40 por ciento de la riqueza que existe en el cerro Llallagua”, palabra quechua que nombra un “espíritu benigno” que favorece la agricultura.
Texto: Javier Aliaga / EFE
Fotos: EFE
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