Exceptuando algunos proyectos considerados importantes e impulsados por el sector privado en la minería nacional el gran conjunto de áreas mineralizadas en el país apenas están en los prolegómenos de su posible potencialidad y en esa fase de las “grandes decisiones” particularmente con cierta injerencia política que hace más tedioso el proceso de asumir la responsabilidad práctica para poner en marcha no uno, sino varios prospectos de explotación minera en el país.
Hay que insistir en revisar ciertas estadísticas que atañen a la minería nacional y que reflejan aspectos importantes como la dependencia económica del país en la explotación de las materias primas, llámense hidrocarburos y minerales, pero separando un poco las fuentes proveedoras de riqueza, tomar en cuenta la exportación de gas a un mercado de mayor consumo en el exterior pero sin descuidar la prioritaria cobertura de las necesidades internas y sólo entonces programar mayores volúmenes de venta al exterior.
En el caso de la minería ese problema del uso interno no tiene ninguna incidencia directa en las necesidades nacionales, pues lo único que hacemos es vender concentrados y esperar que los mismos nos sean ofertados en diferentes formas de materiales con valor agregado, producto del proceso de industrialización que se da a nuestra materia prima, especialmente en la gran industria asiática que nos vende desde alfileres hasta automóviles.
Informes de organismos internacionales, por ejemplo la CEPAL, establecen que un tercio de los ingresos fiscales de Bolivia corresponde a la explotación del gas natural, aunque el dato se complementa en un análisis del Cedla en el país cuando apunta que en los últimos cinco años las exportaciones bolivianas se incrementaron de algo más de 1.200 millones a 5.300 millones de dólares como resultado de la creciente exportación de nuestros recursos naturales no renovables caso de hidrocarburos y una fuerte incidencia de los minerales, dos rubros que suman más del 80 por ciento del valor total de nuestras exportaciones. Se recuerda que 12 años atrás la participación de los dos rubros juntos apenas significaba un 47% de recuperación por exportaciones y con incidencia en la economía boliviana.
Tomando en cuenta esos parámetros en el manejo de cifras, está claro que nuestro país tiene un potencial dormido de riquezas naturales (no renovables) que están en la fase de los prolegómenos especialmente teóricos y de ciertas condiciones que se analizan en el piso político y que no permiten establecer de una vez prioridades para la explotación racional de tales riquezas. Es el caso del Mutún, donde el hierro espera su industrialización y en el otro extremo del país es el litio que igualmente espera decisiones superiores para definir las formas asociativas de inversión para encarar el proceso pragmático de los proyectos planteados en varias etapas, hasta llegar a la industrialización de nuestras importantes materias primas, con valor agregado y con precios de alta competitividad en los mercados internacionales…de eso se trata, de tomar definiciones, cuanto antes, sin perder de vista la estrategia del desarrollo nacional, garantizando inversiones y facilitando condiciones propicias para que los capitales y la tecnología que requerimos, sean parte de excelentes acuerdos que deben cumplirse responsable y armoniosamente.
Las riquezas naturales de Bolivia están dormidas, hay que despertarlas pero con planes de seguridad jurídica y eficiencia tecnológica.
(Agencia URU)
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