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lunes, 17 de abril de 2017
El archivo de la Comibol realiza una importante tarea que sirve para mucho más que estudiar el pasado de Bolivia.
No se sabe qué impresiona más, si la magnitud de la documentación del archivo o la dedicación de quienes allí trabajan. El Sistema de Archivo de la Corporación Minera de Bolivia (Comibol) es uno de los más importantes de Bolivia en cuanto a su riqueza documental, pero sobre todo al servicio integral que presta. No existiría, o acaso de manera precaria, sin el ejercicio cotidiano de un celoso guardián: Édgar Huracán Ramírez, exdirigente minero que encontró la vocación de su vida y la dedica a este proyecto que abarca varias generaciones. Édgar es como esos dragones que guardan la entrada de una cueva mítica. Cuida el archivo con un celo equiparable al de Gunnar Mendoza en el Archivo y Biblioteca Nacional de Bolivia y al de Luis Oporto en la Biblioteca del Congreso.
Las instalaciones del Archivo de la Comibol en El Alto distan de ser una cueva iluminada. Dos modernos edificios de dos pisos cada uno, con amplios pasillos interiores, albergan las colecciones de documentos que incluyen los de las empresas de Patiño, Hochschild, Aramayo y otros que hicieron de la minería una fuente de riqueza y opulencia. Patiño llegó a ser el hombre más rico del mundo. En el exterior del archivo se guardan viejos vehículos blindados de lujo que pertenecieron a los gerentes de la Patiño Mines y que se van a restaurar para un museo en ciernes, al igual que la rotativa del diario La Razón, el periódico de la oligarquía minera en el siglo pasado.
Son tantos los archivos que se conservan que solo es posible cuantificarlos por metros lineales: 40 kilómetros en total, de ellos 18 en el archivo en El Alto. Los expedientes de miles de trabajadores mineros están perfectamente organizados en el archivo. El día de mi visita Édgar Ramírez tenía a mano el fólder completo de Óscar Salas, fallecido unos días antes. También el de Juan Lechín, el de Simón Reyes o el de Víctor Paz Estenssoro, quien trabajó como abogado en la Patiño Mines antes de lanzarse a la política.
Ramírez cuenta que en 1990 algunos dirigentes de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) se enteraron a través de Hans Möller de que los documentos de la Comibol iban a ser destruidos, pero no pudieron hacer nada en ese momento porque “se vino la debacle” de la minería boliviana y fueron retirados de sus trabajos o enviados a otras minas.
A su regreso Ramírez encontró todos los documentos a la intemperie, en el patio. Los metieron en cuatro galpones y trataron de organizar de manera artesanal lo que había. En esa primera etapa el concurso de Oporto fue fundamental, ya que ayudó a redactar el texto de un decreto presidencial que firmó Carlos D. Mesa y que estableció la responsabilidad que tenía el Estado de salvaguardar esos documentos.
A partir de ese decreto el apoyo del Estado ha sido consistente y ha permitido dotar al archivo minero de todo lo necesario para preservar, restaurar, clasificar, digitalizar los documentos y ponerlos al servicio de los investigadores. Actualmente se cuenta, además de los documentos, con una biblioteca, una hemeroteca, una mapoteca, una colección de fotografías, documentación cartográfica, mapas, 47.000 planos de prospección y de explotación minera, pero también planos detallados de las herramientas que la propia Comibol fabricaba, adaptadas a las necesidades de nuestra minería. “Es un archivo políglota”, dice Ramírez, “porque tenemos documentación en inglés, español, francés, italiano, alemán, documentación en japonés, incluso en hebreo en el fondo de Hochschild”.
No es este el primer archivo en el que Ramírez se involucra con la misma pasión. Antes fue el archivo de la FSTMB, parcialmente destruido durante el golpe militar de García Meza. A partir de 1985 Ramírez pudo rescatar de los sindicatos una buena parte de la documentación. El segundo archivo que salvó fue el de la empresa Aramayo Francke en Tupiza, y logró que la alcaldía se hiciera cargo de protegerlos y custodiarlos.
El archivo de Comibol, con sus más de 15 años de existencia, concentra la mayor cantidad de documentos. Además de la sede en El Alto, forman parte de él los de Oruro y Potosí, con los que se mantiene permanente contacto mediante videoconferencias. La Unesco declaró a una parte del archivo como Memoria del Mundo en 2016. “De la basura estos documentos se están convirtiendo en patrimonio de la humanidad”, dice Ramírez citando a un periodista que formuló esa frase.
“Decidimos que esto se convirtiera en un archivo que trate de romper los esquemas convencionales. Normalmente los archivos sirven para que los investigadores estudien el pasado, pero para nosotros éste permitiría encontrar la información para reconstruir la minería boliviana”.
El archivo tiene cuatro secciones en cada uno de los cuatro fondos (Patiño, Hochschild, Aramayo y Comibol), que a su vez tienen subfondos de otras empresas.
Una sección es la financiera, otra de recursos humanos, otra de documentación técnica y finalmente la alta dirección de Comibol. Los primeros documentos sobre la existencia de Comibol, que datan de 1952 —incluso de unos días antes de la nacionalización de la minería— están allí, curiosamente en archivadores de la Patiño Mines.
Una sección técnica del archivo tiene tanta importancia estratégica que funciona como la bóveda de un banco, a la que nadie tiene acceso fácil, ni siquiera el director de la institución. Las puertas y las mesas de trabajo están vigiladas permanentemente por cámaras y ni siquiera los investigadores externos tienen acceso a este repositorio que conserva todos los estudios de minería realizados con apoyo de la cooperación internacional y con un detalle que sorprende: cada mina, cada socavón, cada veta de mineral estudiada a fondo, con la composición del mineral, la extensión de la veta, su potencial de explotación. Para Ramírez no es necesario seguir gastando en millonarias prospecciones, pues toda la información está allí para que el Estado la utilice en beneficio de la población.
Si esta sección es un tesoro potencial de riquezas minerales, el archivo cuenta con muchas otras joyas que sí pueden mostrarse y que son un festín para los investigadores. Por ejemplo, una copia original de la Tesis de Pulacayo, paradójicamente mecanografiada en papel membretado de la empresa minera de Patiño, el rey del estaño. También está la “antítesis” de Pulacayo, un folleto firmado por Juan Íñiguez y Antonio Llosa. Otro archivo curioso es el de los informes de los delatores que pasaban información detallada a la Policía o a la gerencia de la empresa sobre los movimientos subversivos de los trabajadores.
Gigantescas fotos de Jean-Claude Wicky, un gran mural en la escalera de entrada, varias esculturas relacionadas con el tema minero hacen del ambiente de trabajo del archivo un espacio de convivencia y complicidad entre los 32 trabajadores de El Alto (48 en todo el país). Motivados, todos participan en las decisiones y en la administración. Nadie es menos. Muchos han descubierto una vocación que no sospechaban que tenían. Y el visitante se siente en casa por la cordialidad y el compromiso de todos.
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Al mundo minero:
ResponderEliminarMucha carga social en rubro poco o nada productivo. Deben revisar aquello para al contrario mejorar el presupuesto de Prospeccio y exploración de NUEVOS YACIMIENTOS de COMIBOL.
Minerosinfronteras