Las tierras bajas del país, conocidas por su potencial agropecuario, no han sido ajenas a intentos de aprovechar sus recursos minerales y fueron objeto de múltiples expediciones en los tiempos tempranos de la Colonia, cuando conquistadores buscaban con ansiedad los yacimientos de oro del continente, antes del descubrimiento del Cerro Rico de Potosí, que marcaría a partir de 1545 el predominio de la plata en la economía de España y del mundo.
Desde que en 1590 Fermín Núñez de Albacete en su incansable búsqueda del Gran Paitití, el mítico tesoro de oro y piedras preciosas que los incas soterraron de la avaricia de los conquistadores, diera con las primeras manifestaciones de petróleo en las tierras bajas, hasta que siglos después Francis Castenau descubriera en 1845 la serranía de Mutún-Urucum, las tierras bajas han mostrado un potencial minero y energético de incalculable valor, el cual, por los avatares políticos y de lejanía a los centros de poder de la nación, han permanecido (con excepción de los yacimientos de gas y petróleo) durmiendo el sueño de los justos. Esto podría interpretarse como una bendición si se tiene en cuenta el escabroso camino recorrido por la minería nacional en el occidente del país, después de la revolución de 1952.
Hoy Santa Cruz, para hablar del departamento mayor, ya genera cerca del 28% del PIB nacional y el 26% de las exportaciones del país. La minería, que en 2005 generaba el 0,9% del PIB cruceño, hoy ya significa más del 3%. Este sector ha sido el de mayor crecimiento en los últimos años (25,2% en 2014), y el valor de las exportaciones mineras ya significan más de $us 200 millones, de los cuales más de $us. 130 millones corresponden a exportaciones de oro (Fundación Milenio, Informe de coyuntura Coy 291). Esto, que pareciera indicar un despegue del sector minero en la región, debería tomarse con pinzas. La actividad minera en las tierras bajas es impulsada predominantemente por cooperativas y pequeñas empresas artesanales, lo cual parece indicar que se está replicando el patrón estructural de la minería informal que rige en el occidente del país. Esto es muy grave. A estas alturas de la historia el oro de la cuenca alta del río Amazonas (norte de La Paz, Beni, Pando, Santa Cruz), que fue el objetivo de exploradores desde la remota Colonia, ya está controlado por operadores informales y/o artesanales.
En los años 70 y 80 se acometieron proyectos de exploración en la región, que generaron dos minas: Puquío Norte (oro) y Don Mario (cobre y oro), y también muchos proyectos inconclusos debido al manejo poco pragmático de la política minera del país, que prioriza la coyuntura y elude emprendimientos de mediano y largo plazo. Para citar algunos ya añejos: Rincón del Tigre (platinoides y tierras raras), Cerro Manomó (tierras raras), San Ignacio de Velasco (manganeso, oro y piedras preciosas), La Gaiba (amatista, citrino y la singular bolivianita), Tucavaca (manganeso, hierro y metales base), La Bella (pegmatitas con columbita y tantalita, coltán) y muchos otros. Se ha intentado la operación de proyectos de clase mundial por empresas con tecnología de punta para acometer explotaciones de magnitud y amigables con el medio ambiente. Los cambios políticos dejaron estos emprendimientos en suspenso, las empresas se fueron de Bolivia, y hoy, sin prisa pero tampoco sin pausa, la minería informal ya tiene carta de presentación en el oriente del país, y el destino de estos proyectos se proyecta muy desfavorable si se mantiene esta tendencia. Las tierras bajas no merecen ese destino, la región y el país entero debieran luchar por una minería acorde con los tiempos que corren y por retomar la senda de los proyectos primigenios. En el mes de la efeméride de la tierra cruceña y del joven departamento de Pando, ¡felicidades!
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