Es inevitable, a esta altura de los acontecimientos, referirnos a la temática del agua que es una substancia insustituible no solo para la preservación de la vida en todas sus formas sino, para hacer posible casi todos (todos) los procesos de formación de minerales y rocas y también los procesos industriales creados por el hombre y que permitieron el desarrollo de la humanidad a través de los siglos y el gran salto cualitativo a la tecnología de la que gozamos ahora. Cuando explotamos los minerales y beneficiamos los metales contenidos en aquellos, una larga historia geológica donde el agua en cualquiera de sus formas (líquida, gas o hielo) ha sido un actor principal, precede a nuestro encuentro con el resultado final, los minerales y metales que nos benefician.
Cuando vemos las blancas planicies salinas de donde explotamos sodio, potasio, boro, litio en variadas formas y composiciones, debemos saber que son herencia de una larga historia del ciclo eterno del agua en la corteza terrestre que culmina siempre con la evaporación masiva de reservorios expuestos al cambiante clima y con la formación de salares. Cuando vemos maravillados los impactantes paisajes andinos con sus profundos valles glaciares, siempre debemos recordar que el agua (el hielo) ha sido el actor principal y el generador de la geomorfología que nos deslumbra. Así podemos seguir refiriéndonos a esta substancia maravillosa que usamos como si fuera un regalo eterno y a la cual nunca le dedicamos los cuidados necesarios para preservarla.
El agua a través de la larga noche del tiempo geológico ha sido el actor principal de la evolución y permanente reciclaje de la materia en la litosfera y de la huella de la vida en el planeta. El ciclo del agua se cobrará siempre la factura, a esta o a ulteriores generaciones, como lo hizo con las que nos precedieron. Específicamente a nuestra especie o a otras que nos acompañen en el ciclo cambiante de la vida.
La crisis actual del agua en gran parte del territorio nacional es una muestra, una pequeña muestra, de cómo está cambiando el ciclo actual que vivimos como especie que nos permitió prosperar en un intervalo interglaciar que comienza a declinar. El cambio climático que vivimos ahora y que se pronosticó inclusive por civilizaciones primigenias de América, Asia y Europa, es un camino sin retorno, las condiciones de acceso a las fuentes de agua serán cada vez más difíciles y si como especie no nos adecuamos a las nuevas condiciones (y realmente hacemos muy poco al respecto) el futuro se pinta muy gris.
No hay recetas específicas para salir de la crisis que vivimos, hay que paliar los efectos y como apunté en un antiguo escrito (La Razón 16.12.09) recopilado en la segunda edición de mi libro "De oro, plata y estaño", Plural Editores, 2016, La Paz, Bolivia; la coyuntura exige desde recomendaciones elementales para optimizar el uso doméstico del agua, hasta perforar pozos en comunidades y ciudades intermedias, pero siempre planificando el mediano y el largo plazo en base a las investigaciones y conclusiones de los Foros Mundiales del Agua a los que asistimos y de la investigación nacional que se acumuló en el seminario especializado "Agua 2005" a iniciativa del Colegio de Geólogos de Bolivia, cuyas conclusiones ya entonces invitaban a la meditación profunda sobre el retroceso de los glaciares, el cambio climático, la desertificación, los mejores lugares para buscar aguas subterráneas, los acuíferos transfronterizos, etc.
Hay un libro abierto para aprender y meditar. La retórica sola, las poses políticas y los buenos deseos a los que se acude en estos casos solo agudizarán la crisis. Es la hora de la tecnología y la investigación si queremos resultados.
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