sábado, 20 de abril de 2019

Post Extractivismo

En una antigua columna mía (La Razón 02.12.2011) toqué este tema desde el punto de vista de la dependencia centenaria del hombre de los minerales para el desarrollo de la humanidad y sobre la posición maniquea de ciertos grupos que pretenden eliminar el extractivismo como factor de desarrollo pese a que, en el nuevo milenio somos testigos de un frenético combate por dominarlas cadenas del suministro de los ahora llamados minerales tecnológicos como litio, cobalto, níquel, tierras raras, etc., sin los cuales la actual revolución tecnológica y la transición al uso de energías alternativas no contaminantes, no sería posible.

Me referiré hoy al lado humano y social del fenómeno que sigue al cierre de una mina después de un largo o mediano tiempo de bonanza económica de la actividad de explotación y también de los grupos humanos empleados en las faenas o de aquellos ligados a las actividades periféricas y secundarias.

Es un cambio atroz no solo en la economía social sino en el comportamiento de la gente, de las familias, de los niños que tienen que cambiar de horizonte de la noche a la mañana. Algunas empresas planifican desde el comienzo de las operaciones de explotación las faenas de cierre, el cual llega inexorablemente al término de la vida útil de una mina. ¿Qué pasa después?

Cuando se visita una antigua mina colonial, las viejas minas de la Corporación Minera de Bolivia (Comibol) o un centro minero fantasma como en San Antonio de Lipez, se puede percibir lo que fueron las faenas en la colonia y cómo vivían aquellos antiguos mineros.

En Santa Fe, Japo y Morococala minas ahora operadas por cooperativistas que no quieren creer que el estaño de esas minas ya es historia o en el Cerro Rico de Potosí y en San José de Oruro respirando el aire gélido de las montañas y sintiendo el azote de las ráfagas de viento de las alturas, se tiene la sensación mágica de lo que fue el duro trajinar de los mitayos, de los Barones del Estaño, de los viejos mineros de la otrora floreciente Comibol, de su decadencia, de los tenaces cooperativistas que todavía se aferran a seguir arañando los restos de legendarias vetas de plata y estaño y se comprenderá el duro destino de las ciudades mineras, algunas populosas y que todavía viven de lo mejor que saben hacer, la minería, actividad que genera el comercio legal y también ilegal que nutre la economía de estas regiones.

En el valle de Aroifilla o los balnearios de Tarapaya y Miraflores en las cercanías de la ciudad de Potosí, se tiene la sensación cabal de lo que no se debió hacer y de lo que dejan los resabios de una incontrolada extracción minera que solo busca el rédito económico a cualquier costo.

Se puede seguir mencionando este tipo de cosas, algunas bien ejecutadas como en las minas de oro ya cerradas Kory Khollo y Kory Chaka o en San Cristóbal, San Bartolomé o San Vicente, minas aun en actividad y representativas del uso de nueva tecnología y de medidas de seguridad importantes; ejemplos que contrastan con lo que se puede ver en minas y campamentos de las cooperativas auríferas del norte de La Paz, donde pareciera que el tiempo se detuvo en el siglo XIX.

¿Qué pasa con la gente cuando una mina se cierra o está por concluir su vida útil? ¿Por qué es tan difícil para los mineros y sus familias dejar los campamentos? ¿En la modernidad de minas que trabajan con lo que llaman Responsabilidad Social Empresarial (RSE), la gente tendrá un futuro sustentable después del cierre de actividades? ¿Se planifican estas cosas o la RSE termina con el cierre de minas? Son interrogantes que me llevan a afirmar que la importancia de la actividad minera se debe medir en el periodo post extractivismo.



CONTINUARA.

* Ingeniero geólogo,

ex Ministro de Minería

y Metalurgia.

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