domingo, 29 de abril de 2012

El azufre toma nueva forma en eucaliptus

En el silencio del altiplano orureño, la calma se rompe con el rugir de un caldero. En las entrañas de éste, el azufre debe ser convertido, a muy altas temperaturas, en ácido sulfúrico.

A pocos kilómetros de la población de Eucaliptus, la planta destinada a tal objetivo, está en plena producción. “Una vez que empieza a producir no paramos de día ni de noche, ni un día de la semana”, durante varios meses, los necesarios para cumplir con la demanda del mercado nacional, explica el administrador, ingeniero Freddy Murillo.

La Corporación Minera de Bolivia (Comibol) y la Corporación de Seguro Social Militar (Cossmil) administran la Fábrica de Ácido Sulfúrico Eucaliptus R.C., que fue erigida en 1970, pero que en su primera etapa tuvo corta vida. El gobierno de Evo Morales la rehabilitó y puso en funcionamiento en diciembre de 2009.

De entonces a la fecha se ha convertido en la principal productora del corrosivo material que, por su extendido uso, permite medir la capacidad industrial de un país.

Azufre, agua y oxígeno son los ingredientes para producir el ácido. Grandes cantidades de vapor se desprenden de la estructura de colores naranja, plata, rojo y celeste. Imágenes surrealistas se forman a toda hora por su causa, aunque al amanecer, por las bajas temperaturas y la salida de los primeros rayos del sol, es cuando mejor se aprecian los contrastes.

La capacidad instalada de la planta le permite generar de 80 a 100 toneladas por día (cantidad que el país ha dejado de adquirir de Chile), para lo cual requiere alrededor de 900 toneladas de azufre por mes.

La materia prima, un no metal de olor penetrante —que algunas culturas han asociado con el diablo, seguramente también por su origen volcánico— es de color amarillento. Por ahora, se recurre a yacimientos que están en Potosí.

El olor es, pues, una presencia que lo invade todo en la planta, donde los operarios usan máscaras para protegerse de los gases.

El gerente general, ingeniero Rolando Díaz, que junto a su colega Murillo estuvo desde el primer día en la rehabilitación de la planta, comenta que quienes trabajaron en ello “son grandes innovadores”, y un ejemplo es el aparato que inventaron para medir, con seguridad, la cantidad de ácido que se encuentra en cada uno de los dos tanques de depósito.

El producto tiene 98,5% de calidad y, aseguran los ingenieros, posee precio competitivo, de manera que satisface toda la demanda del país. Una demanda que es baja, en todo caso, por lo que la planta trabaja pocos meses al año. Lo bueno de ello es que hay tiempo para el mantenimiento, algo vital dada la naturaleza corrosiva del material.

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